Una tarde de viernes casi lluviosa me cuelo en el cochecito de Otto y voy al super (con Abi y Otto, claro).
En el frío pasillo de lácteos, noto un hombre de unos 45 años con tres hijas mujeres de entre 8 y 3 años (cuanto más chicas, más lindas). Las dos más chicas pelean entre sí y la mayor busca y encuentra diferentes formas para hacer que el padre compre lo que ella quiere.
De las 50 cajas que tiene el super, sólo dos están habilitadas para envío a domicilio y hay dos colas muy largas de gente con carros muy cargados. El último en una de esas filas es el padre con sus hijas. Alto, gordo, con pantalón de gabardina, camisa a cuadros y sueter escote en V amarillo. También tiene anteojos y mucho pelo (castaño).
Abi pide que abran otra caja para envío. El encargado de envíos le dice: "Sí, claro, pero mientras tanto puede pasar por la caja de al lado que ahí podemos hacer el envío también".
Abi va con Otto en un brazo y con el otro intenta empujar el carro, pero en cuanto el padre de las chicas escucha que en la caja de al lado pueden hacerse envíos le reclama: "Dejame pasar a mí, hace media hora que estoy esperando."
El portero eléctrico descompuesto
Volvemos a casa. Nos encontramos con un cartel en la lista de timbres que dice: "No anda el portero eléctrico, toque timbre que lo escuchamos y espere que bajemos a abrirle".
Sí. Todo eso dice el cartel y el aviso parece aplicar a todos los departamentos.
Cuando llego a mi balcón (que en esta tarde casi lluviosa está húmedo), Ottito ya está jugando en el piso con Abi.
Pasan cinco minutos. Suena el timbre.
Con cara de qué rápido, Abi se apura a ponerse un zapato. Abre la puerta del balcón saltando en una pata y grita (con tono algo desesperado): -¡Ya bajoooo!.
-Señora vine a arreglar el portero eléctrico, veo que escuchó el timbre- le responden desde la vereda.
El envío del supermercado
Pasan 15 minutos más. Suena el teléfono. Llaman del supermercado porque tocan el timbre y nadie contesta. Baja Abi con Ottito en brazos para abrir la puerta a los que traen la compra.
Allí va a encontrarse con la siguiente escena: La puerta abierta de par en par. El cadete parado en el límite entre el adentro y el afuera (como si la puerta estuviera cerrada o bien hubiera un láser letal que le impidiera cruzar). Las manos del cadete en el marco superior de la puerta, como colgándose, como descansando (era alto, si). Las cajas de la compra en el piso al lado de sus piés. El técnico se fue. El portero eléctrico ya ni suena (si antes sonaba pero no se escuchaba la voz que respondía, ahora ni suena).
El fumigador
Mañana del sábado siguiente. Veo entrar al fumigador al edificio alrededor de las 9.30. Abi y Sereno empiezan a vaciar las alacenas y alrededor de las 10 ponen un cartel al lado del timbre que indica que no anda, que por favor golpee la puerta. Sí, el timbre del departamento (el timbre que está al lado de la puerta del departamento de Abi y Sereno) tampoco anda.
Son las 11 y no pasó el fumigador. Abi no escuchó las puertas de los vecinos, ni al fumigador hablar en los pasillos. Le pregunta a las chicas del salón de belleza. Le dicen que ya se fue. Pasó más temprano. Y si. Yo lo vi. 10.20 salió.
Abi consigue el teléfono del fumigador y le pide que vuelva.
Pasa una media hora. Suena el portero eléctrico.
-¿Fumigador?
- No señora el técnico del portero eléctrico
Las empanadas
Llega el fumigador y una vez hecho el trabajo, (no se si por rutina o por devolverle a Abi y a Sereno la amabilidad de haberlo llamado para que volviera) recomienda enfáticamente que dejen todo fuera de las alacenas por 24 horas.
No se puede cocinar. Piden empanadas.
Suena portero eléctrico.
- ¿Empanadas?
- No señora, el técnico del portero eléctrico.
- Ah!, mire que estoy esperando empanadas eh! ¿Me los manda cuando llegan?
- No señora, ahora me voy a probar arriba.
Abi cuelga el portero eléctrico con cierto énfasis mientras dice: -Estos nos vienen amagando desde ayer.
Suena el portero eléctrico.
- ¿Empanadas?
- No señora, el técnico del portero eléctrico, cuelgue bien el aparato que se escucha todo.
El puño sobre la madera
Vuelven a llamar a la casa de empanadas a ver qué pasa.
- Ya va el chico señora.
Pasan 2 minutos. Se escucha toc-toc: Un puño sobre la madera.
Acá abajo, el técnico del portero electrico se fue. La puerta del edificio abierta de par en par. Arriba Abi sacó el cartel (que no vio el fumigador) indicando que el timbre no funciona.
-¡De a pizzería señora!- Dice la voz del otro lado de la puerta.
Acá abajo, el técnico del portero electrico se fue. La puerta del edificio abierta de par en par. Arriba Abi sacó el cartel (que no vio el fumigador) indicando que el timbre no funciona.
-¡De a pizzería señora!- Dice la voz del otro lado de la puerta.
- ¿Tocaste el timbre y nadie te contestó?
- Ah... no... ni vi el timbre, vi la puerta abierta abajo, subí y golpeé esta puerta directamente.
- Ah... no... ni vi el timbre, vi la puerta abierta abajo, subí y golpeé esta puerta directamente.
El bello (¿?) final
Abi llora de risa (paquete de empanadas en mano) frente a la puerta abierta de su casa. A su alrededor, cacerolas que nunca usa sobre el escritorio; paquetes de arroz, polenta y latas en el sillón; en las sillas platos, tazas y cubiertos; cajones de cocina apilados sobre el piso del living.